Buscando entre los buenos escritores y escritoras legados de sensibilidad y de inteligencia, de compasión y de hermandad para con los animales, nos encontramos un artículo periodístico sorprendente, de Elena Fortún. Este artículo se titula: «Los evacuados sin cartilla de aprovisionamiento. Pequeños dramas al margen de la gran tragedia». Fue publicado el 18 de julio de 1937 en la revista Crónica.
Resulta asombroso su atrevimiento en plena Guerra Civil Española, podemos leer en él: «¿Por qué no se cuenta con los animales domésticos para incluirlos en la cartilla o hacer una cartilla especial?.
Elena Fortún (1886 – 1952) es una escritora madrileña que pertenece al grupo de escritoras españolas y de la vanguardia que fueron enterradas en el olvido durante el franquismo, y que contribuyeron decisivamente a la modernización política, social y cultural de España en las décadas que precedieron a la guerra civil. Son mujeres como Clara Campoamor, María de Maeztu, Matilde Ras, María Lejárraga, Isabel Oyarzábal de Palencia, Hildegart Rodríguez, Rosa Chacel, Maruja Mallo, Carmen Baroja, Concha Méndez. Podemos decir de ellas que son la primera generación de feministas españolas con conciencia de grupo.
Elena Fortún, pseudónimo de Encarnación Aragoneses, fue sin duda la más conocida, y sigue siéndolo, gracias a la serie infantil “Celia”. Aunque no sólo se dedicó a la literatura infantil, siempre será recordada como la autora que mejor supo reflejar la lógica infantil. Esta adhesión al punto de vista del niño hace que el mundo adulto parezca como un sinsentido y las personas mayores como seres injustos e incapaces, en su mayoría, de pensar con nitidez o justicia. Su espontaneidad, la aparente sencillez de sus textos, su diálogo fluido y su párrafo y capítulos breves son notas de su estilo que enganchan al lector de todas las edades.
El artículo periodístico que nos ha impactado forma parte de un grupo de artículos publicados en la revista Crónica. Todos ellos muestran su compromiso social durante la España republicana y durante la guerra civil. Se puede observar en ellos su idiología pacifista, alejada de todo compromiso político y partidista, aunque ello no le impide apoyar al Gobierno republicano. Estos artículos nos muestran una mujer preocupada por la miseria, el hambre, defensora de las casas-escuela, antiguos reformatorios, que el gobierno republicano supo transformar en refugios liberales comprometidos con la reeducación, y, cómo no en una mente avanzada y culta: la preocupación por los animales.
Reproducimos a continuación el artículo, pues es corto y difícil de encontrar en bibliotecas y librerias:
LOS EVACUADOS SIN CARTILLA DE APROVISIONAMIENTO
En aquellos días en que los vecinos de los barrios extremos abandonaban precipitadamente sus casas, agujereadas por los obuses, los perros, los gatos y los pájaros quedaron sin dueños, o perdidos en las calles, o encerrados dentro de los pisos vacíos, donde han muerto de hambre y de sed…, que todo esto tiene a su cargo el horror de la guerra.
Muchas jaulas permanecen aún colgadas en el balcón desde el mes de noviembre. Ya sólo queda en ellas un montoncito de plumas y unas patas de alambre, que tienden todavía sus garras hacia las nubes.
Los perros que no quedaron encerrados siguieron a sus amos o perdieron su pista, volviendo una y otra vez a la casa deshabitada. Los barrios cercanos al de Argüelles conocen bien la tragedia de los perros sin dueño, que aullaban toda la noche de hambre y desesperación, hasta dejarse morir de tristeza, o se habituaban, al fin, a una nueva vida de libertad y ayuno.
Son los niños, casi siempre, los salvadores de los pobres canes abandonados, a pesar de la resistencia que ofrecen las personas mayores a consentir que la casa se convierta en un asilo de perros.
-Mira, mamaíta- dice el pequeño, que vuelve de la calle-… ¡Tú eres muy buena! ¡Si vieras qué perrito me he encontrado!… Es precioso y me quiere una atrocidad.
El perro ha quedado en la escalera, esperando la decisión maternal…, que puede ser de vida o de muerte.
-Pero, ¿Estás loco? ¿Qué le vamos a dar de comer? ¿Dónde están los huesos y los mendrugos?, ¡Di!
-¡Si come muy poquito! No creas que es grande…Además, yo le daré la mitad de mi comida- dice el niño con decisión franciscana.
Después de una larga discusión en la que el ama de la casa defiende su hogar de intromisiones molestas y el niño alaba las condiciones de lealtad y sobriedad del pobre chucho, la mamá consiente en asomar la cabeza por la puerta, para ver al perro…, que resulta un cachorro de mastín o podenco, capaz, en cuanto pasen unos meses, de comerse la ración de toda la familia.
¡Es un pobrecito expósito de la guerra!
Porque los perros abandonados, que han escapado a la desesperación de los primeros días de abandono, que han sabido resistir el ayuno casi completo de muchos meses, y a los que no han logrado echar el lazo los laceros del Ayuntamiento, se han sentido casi felices a la llegada de la primavera, con lo cual, el problema se ha multiplicado por seis o por nueve. Llegado el trance del alumbramiento, las madres futuras han huido a las afueras de la ciudad, y en un barrio de apacibles hotelitos, aprovechando el descuido de una puerta abierta, se han colocado en un rincón del jardín, donde han legado a este mundo de dolor una serie de perritos blancos, o rubios, o negros, o de los tres colores a un tiempo.
Al día siguiente, la familia que habita el hotel se encuentra con el abundante natalicio, y las mujeres de la casa, tan prácticas y tan resueltas en estos momentos a defender la ración de víveres familiar, sienten tambalearse su decisión de no admitir más evacuados sin cartilla.
La perra mira con sus ojos húmedos y casi humanos a los que la rodean, implorando piedad para los recién nacidos.
-¡Pues sí que nos ha caído buena! ¿Y ahora qué damos de comer a este familión? ¡Pero si no tenemos ni un mendrugo!
Alguien apunta que podría cocerse arroz.
-Sí, sí. ¡Ahí está el arroz de sobra para malgastarlo! ¿Y cómo vamos a criar siete perros? ¿Qué vamos a hacer luego con ellos?
El problema tiene inquieta a la familia, que busca soluciones.
-Se lo diremos a los vecinos. Estos señores de al lado creo que querían un perro, y puede ser que podamos repartirlos todos. En una casa con jardín y alejada de la ciudad, siempre es conveniente tener un guardián.
-No los va a querer nadie. ¡Si son unos chuchos indecentes!…
Pero como estamos en tiempos de democracia y los privilegios de raza han sido abolidos, la pobre perra y sus cachorros quedan en la casa, como evacuados.
Como evacuados ¿eh? En cuanto se normalice la situación, cada perro será entregado a un vecino, y se acabó: que no es cosa de tener una jauría sin más ni más.
Pero resulta que en casi todos los hoteles de la colonia ha ocurrido un caso parecido, y ocurrirá cualquier día y, ¡Claro! También han pensado o pensarán en los vecinos para adoptar perritos.
Porque, como sucede siempre en todas las guerras y cataclismos, que el aumento de la natalidad está en razón directa con el número de muertes, desde que comenzó el mes de marzo los partos perrunos se han registrado en mayor cantidad y más abundancia que en años anteriores.
En cuanto a los gatos de los barrios destruidos, han perecido la mayor parte en cerrados en las casas, por falta de alimento; pero también, contra lo que el vulgo supone de su falta de sensibilidad, han muerto de pena. Gentes ha habido que luego de abandonar sus casas han vuelto a llevar comida al pobre Pirracas, solitario en la casa vacía; y aunque sólo habían pasado veinticuatro horas, han encontrado muerto al animal, que tiene siete vidas para soportar sus desdichas naturales, pero una sola y vacilante para sufrir el abandono de sus amos y el espanto de la guerra próxima.
Muchos han logrado escaparse con el rabo chamuscado, por el hueco que abrió el obús, y no han parado de correr hasta el sótano, un portal, una tienda abierta. ¿Qué ha sido de tanto y tanto gato perdido? Algunos habrán sustituido al conejo en un arroz. Muchos viven aún, aterrados, en sótanos y buhardillas, sin salir más que de noche, a la caza de algún ratón descarriado, y otros han encontrado nuevos amos, que los han recogido, repartiendo con ellos las raciones que las cartillas de aprovechamiento les permiten comprar.
Y éste es el gran problema. Los periódicos han pedido que no se abandone a los animales doméstico, utilísimos en estos momentos. “Los gatos – nos han dicho – limpian la casa de epidemias”. Pero es preciso quitar de nuestro alimento una buena parte para dárselo a ellos.
¿Por qué no se cuenta con los animales domésticos para incluirlos en la cartilla o hacer una cartilla especial? Huesos, mendrugos, arroz, desperdicios de carne y de pescado: todo esto debería venderse a las familias que tienen en su casa animales suyos o recogidos en estos meses.
Los pobres animales comen ya las cosas más absurdas para su organismo. Hay perros que se alimenta con naranjas, tan ricamente, y gatos que comen lechuga. ¡Así andan de flacos e infelices! Porque en cuanto a ratones, no debe de quedar ya uno en todo Madrid del que los gatos hambrientos no hayan dado cuenta…, si no es en la Casa de Fieras del Retiro. Allí se han dado cita, y están esperando que fallezca el último gato, para invadir nuestras viviendas.
Aunque sólo sea por esto, ¡razonables y prácticas amas de casa!, no echéis de vuestro lado a los pobres gatos evacuados sin cartilla…, sino protestad de no tenerla. Y entretanto, apartad un poco de arroz del plato familiar, para el pobre michino que, conmovedoramente confiado, lo espera todo de vuestra bondad humana.
Crónica, 18 de julio de 1937
Buena buscador tras el blog, cuanta injusticia y desconsideración siempre con los animales. Qué valiente Elena Fortuni 1937, Y CUANTO POR APRENDER.