Hoy, 3 de noviembre de 2017, se cumplen 60 años de que unos científicos de la antigua Unión Soviética, muy sabios ellos, utilizaran a un ser vivo para «lanzarlo al espacio».
Querían probar la seguridad de las personas humanas en los viajes espaciales, aunque el objetivo real era demostrar su superioridad sobre EE.UU. Cada año por el aniversario nos cuentan esta noticia y cada año nos sobrecogemos, con independencia de las repercusiones científicas, económicas o políticas que tuviera en su momento. Sobrecoge la sangre fría que hay que tener para hacer algo así.
Laika era una perra vagabunda que cogieron en las calles de Moscú. Seleccionada justamente por eso pues pensaron que sería fuerte si había soportado esa vida, y porque tenía un buen carácter, era dócil, y además hembra, y así no necesitaba levantar la pata para orinar (fundamental en la importantísima misión dado el reducido espacio en el que iba a viajar).
La lanzaron con alimento y oxígeno para diez días, sabiendo que no volvería nunca. Dieron informaciones falsas y decretaron su muerte al cuarto día. Durante años la versión fue que Laika murió sin sufrir. Hasta el año 2002 no se supo la verdad: Murió a las pocas horas del despegue, víctima del pánico y el sobrecalentamiento de la nave.
Su muerte fue terrible. Pero más terrible aún fue la preparación para el experimento: fue sometida a duras pruebas y condicionamientos para habituarla a las penosas condiciones del «viaje» .
Pero por mucho que nos apene y nos indigne cada año esta conmemoración lo cierto es que se hace cada día, la experimentación con animales por cualquier motivo (incluso estéticos). Y lo que más duele es que, si bien hoy es generalizado el rechazo a lo que se hizo hace 60 años, no somos capaces de ver la relación que tiene con el sufrimiento infligido a los animales en las granjas, en los mataderos, en las universidades, farmacéuticas y laboratorios de empresas comerciales en general, en espectáculos para diversión humana (circos, zoológicos, tauromaquia…..), el trabajo esclavo, o la domesticación. Seguimos comprando productos sin asegurarnos antes que llevan la etiqueta de «no experimentado en animales». Seguimos vistiéndonos y calzándonos con su piel cuando ya hay sintéticos que no sólo se le asemejan sino que lo superan en aportaciones, seguimos encerrándolos en peceras para ver sus bonitos colores, y lo más difícil: seguimos comiéndoles.
Hablar de todo esto es duro, pero es lo mínimo que le debemos a Laika y a los millones de animales que cada día sufren y mueren a nuestras manos.
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