El recuerdo más fuerte que tengo de mi infancia es el de aquel día que, por fin, mis padres accedieron a los ruegos de tener en casa un animal. Se trataba de una perra callejera. La había recogido mi madre mientras mi hermana y yo estábamos en el colegio. Recuerdo nítidamente llegar a casa y cómo mi madre nos paró en la puerta para decirnos que tenía una sorpresa, pero, muy importante, debíamos tratarla con mucha delicadeza para que no se asustara. Ese consejo es el más sabio en el trato con los animales que he recibido nunca. Recuerdo entrar despacio y en silencio al salón donde estaba la perra, tumbada muy débil en el suelo, y ver sus ojos negros y profundos: la amé inmediatamente y me sentí el ser más afortunado de la tierra.
Los perros suelen tener una paciencia tremenda que hace de ellos buenos compañeros de los niños, pero, ¿y los gatos?. Debemos reconocer que el gato es diametralmente diferente del perro en casi todo, también en eso de la paciencia. Sin embargo, pienso en mí de niña y sé que si hubiese sido un gato ese primer animal de mi vida no hubiese sido diferente, ni la amistad que nos unió enseguida ni mi capacidad para aprender de él.
Creo que los gatos pueden ser muy buenos amigos de los niños, compitiendo e incluso ganándoles a los perros, si los menores tienen la sensibilidad necesaria y los adultos les guían en el entendimiento mutuo.
Todos sabemos que los niños que crecen con animales desarrollan un respeto a la naturaleza y los seres que la habitan. Y es obligación nuestra enseñar a los pequeños a ser mejores personas inculcándoles el amor por los animales, la capacidad de verles como seres que sienten, que aman, que disfrutan de la vida y son felices o, al contrario, que sufren, sienten dolor, tristeza y soledad, exactamente igual que los humanos.
Los gatos dan a los niños la oportunidad de sentir la amistad sincera, la que supone compartir el juego pero también los silencios, la compañía en calma, el control de nuestros impulsos y el respeto. Aprender que la amistad es comprender al otro y sus necesidades, sus diferencias. Aprender que hay muchas formas de comunicación, no sólo la verbal. La capacidad de observación, de sigilo, la elegancia y suavidad de movimientos que atesoran los gatos creo que pueden encantar a los niños y enseñarles mucho.
También es importante la responsabilidad que aprenden con ellos. Pero esto no hay que confundirlo con tener un gato para que los niños asuman una responsabilidad porque eso es un uso no sólo injusto para el animal sino sobre todo para los niños. Los niños deben participar del cuidado del animal (asegurar que tiene comida, agua, cepillarle, lavar su cama etc…) pero jamás asumir la responsabilidad de estas tareas que deben ser en todo momento supervisadas por los adultos. Si no comprendemos que un gato que forma parte de nuestra familia es un miembro más de ella, otro ser igualmente dependiente que el niño o la niña, y que la responsabilidad de los dependientes sólo puede recaer en los adultos lo mejor es no tener animales porque daremos un mal ejemplo a nuestros hijos.
Los niños son perfectamente capaces de comprender cómo hay que tratar a un gato, si se les explica con paciencia:
- Para no hacerles daño y que tampoco se nos caigan, hay que cogerles aguantando el pecho con una mano y las patas traseras con la otra. Si coloca sus patas delanteras sobre nuestros hombros hay que asegurarse de que descanse las traseras en nuestro brazo o mano.
- Si el gato se resiste a que lo cojan o al contacto, o intenta escaparse, hay que dejarle ir.
- Si tiene las orejas en posición plana y está dando golpes con su cola o agitándola eso significa que no está feliz y hay que dejarlo en paz.
- A pocos gatos les gusta que les toquen la barriga, es un contacto excesivamente íntimo para ellos que sólo permiten en momentos muy concretos y con personas muy especiales, si se hace puede asustarle y podría morder.
- Hay que utilizar juguetes adecuados para jugar con el gato. Nunca utilizar las manos ni los dedos o podría mordernos o arañarnos y, lo que es peor, ponerse a jugar con ellas cuando estamos desprevenidos ya que le habríamos enseñado a hacerlo.
- Si el gato está durmiendo, comiendo o usando la bandeja de su arena hay que dejarlo en paz.
Cuando los niños están en la edad de empezar a caminar, especialmente si el gato es cachorro, no se debe dejar al gato a solas con ellos. El niño accidentalmente en su torpeza natural pueden hacer daño o asustar al gato y un gato asustado puede arañar o morder.
Otro consejo muy importante es el relativo al lugar donde se coloca el arenero que debe ser especialmente tranquilo, alejado de los niños y, sobre todo, de sus lugares de juego.
También es fundamental facilitar que el gato disponga de espacios donde estar relajado y en soledad (un simple cojín debajo de una cama o encima de un mueble alto). Y, muy importante, si siempre hay que disponer de árboles para gatos (rascadores grandes hacia el techo con soportes a distintas alturas) habiendo niños en la casa es imprescindible. Cuando los niños están más revoltosos, corriendo, saltando o jugando alegres y activos por la casa, los gatos van a necesitar aislarse.
Piensa que no siempre la mejor opción será un cachorro, en ocasiones gatos adultos ya acostumbrados a que en sus anteriores familias había niños, o que por su carácter son muy sociables y con baja tendencia al estrés, puede ser la opción más perfecta. Déjate siempre aconsejar por las personas de la asociación donde vayas a acoger o adoptar, no sólo son quienes mejor conocen a los gatos que tienen sino quienes más experiencia y mejor te pueden aconsejar.
Cuando tenemos gato/s y el que llega es el niño debemos facilitarle el cambio. Hay muchos trucos como por ejemplo dejarle que previamente al nacimiento se acostumbre a los nuevos olores de los jabones, colonias, cremas que vamos a utilizar, o a que la habitación que será del niño esté desde antes cerrada (siendo muy pequeño en su cuna o su cama no querremos que el gato se suba), y acostumbrarle con tiempo al sonido de los llantos de los bebés poniéndole gradualmente grabaciones de bebés llorando.
Si cuidamos todos estos detalles, si estamos atentos y hablamos con nuestros hijos, la experiencia de convivir con un gato será de lo más bonito y de lo más alegre de su infancia y su crecimiento.
Hola me llamo Paula tengo 46 años he tenido dos gatitos en mí vida el primero en el 86 hasta el 2003 le habían hecho daño y mis padres lo cogieron por eso todavía se celebra su cumpleaños 🎁.
El segundo peque fue del 2004 me enteré que lo iban a sacrificar en una tienda porque tenía 6 meses y tenía decían gripe y que era mayor para estar en esa tienda lo cogí. Pagando eso sí, mi marido y yo estuvimos tratándolo con los medicamentos y salió para delante 👏👏 lo esterilízanos más tarde denuncié a la tienda esa por maltrato de animales y cerró. Mi peque murió con 14 años en mis brazos tenía diabetes y el último año con los pinchazos de insulina se portó cómo un campeón.
Yo padezco depresión y se me ha agudizado desde que no tengo a mis miaus… el enseñarles, el cariño incondicional que me han dado no me lo da ni las pastillas ni ninguna terapia.
Vivo en un chalet independiente y con parcela y mi peque siempre estaba a mi lado. Mi veterinario es Pablo Movilet y sabe que busco un cachorro de gatito
Hola Paula, le acabo de pasar tu correo a la compañera de adopciones para que te escriba. De todas formas si por lo que sea se retrasa escríbele por favor a adopciones@sosfelinos.org
Un saludo.